Sórdido y
escabrosamente lúcido, Hannibal Lecter le escribe a Clarice una carta desde su estancia florentina
Querida:
cómo explicarte, salvo decir que atenaza y quema, que hiela
y espanta
qué contarte, salvo la noticia de que me quedo al filo de
las palabras y no tengo otra orilla
tengo la muerte cabalgándome en los hombros y una paloma
herida entró por la dorsal de la tarde hasta mi ventana
pero el herido soy yo, mi máscara, porque tengo miedo y ella
herida no lo sabe
huyo de la habitación, aseguro la puerta, pacto abrazos con
las parideras de estar pensando siempre, me corono el traje de la angustia a la
medida. –¡ah, los abrazos de aquellos días!–
para qué contarte, si las palabras no alcanzan, si esta
orilla generosa siempre se empobrece cuando se trata de decir lo que siento
No hay cómo, ni qué ni para qué
Ni con qué
No conozco la medida para compartirte que se me agrieta la
vida y vivir así no tiene gracia:
aprender a llorar es el más arduo de los aprendizajes