29 dic 2010

la lucidez III

Cuando considero la brevedad de mi vida, sumergida en la eternidad antes y después,el minúsculo espacio que yo ocupo e incluso el que puedo ver,rodeado por una inmensidad infinita de los espacios que desconozco y que nada saben de mi,me sobrecoge y me asombra el estar aquí y no allí,porque no hay razón alguna para estar aquí en lugar de allí,ni ahora en lugar de después..El eterno silencio de estos espacios infinitos me aterra.
PASCAL

19 dic 2010

Hijo del amanecer

LA PALABRA DEL DÍA

demonio

El demonio es una criatura multiforme, según la creencia cristiana. Y las palabras con que es designado así lo confirman, como mostró Daniel Defoe en su Historia del diablo, obra en la que enumera los siguientes nombres del demonio, extraídos de la Biblia: Serpiente, Serpiente Antigua, Gran Dragón Rojo, Acusador, Satán, Enemigo, Belial, Belcebú, Mammon, Ángel de Luz, Ángel del Abismo, Ángel de las Tinieblas, Príncipe de la Potencia del Aire, Lucifer, Abaddhon, Legión, Dios de este siglo, Espíritu Impuro, Espíritu Inmundo, Espíritu Embustero, Tentador, Hijo del Amanecer.

Demonio proviene del griego daimon 'dios', 'divinidad', cuyo diminutivo daimonion significaba 'genio', 'divinidad inferior', denotación con la cual pasó al latín daemonium.

De esos apelativos, cabe señalar que Belcebú proviene del hebreo ba'alcebub, nombre de la divinidad de los filisteos, pueblo indoeuropeo enemigo de los judíos, que ocupó la región hoy llamada Palestina. A su vez, diablo, usado como sinónimo de 'demonio', proviene del latín tardío diábolos, que significa 'el que divide, calumnia y desune'.

Pandemónium, la capital del reino de los demonios, es una palabra creada en el siglo XVIII por el escritor épico inglés John Milton en El Paraíso perdido, como antónimo de panteón, para denominar el palacio de Satanás, habitado por todos los demonios.

10 dic 2010

Repugnante 7 de Diciembre de 2010, 7:30 pm


El siempre vasto escenario de la estupidez humana me ha intrigado y repelido a lo largo de los años. Hace ya muchos meses, un par de años quizá, de manera tácita había renunciado a escribir sobre ello, sin embargo el espectáculo del que fui testigo hace tan solo un par de minutos mueve mis dedos y creo que me impele a decir algo.

Salgo, como es costumbre, a fumar mi cigarro de todas las noches y me estrello con las multitudes que por una insensata costumbre de la tradición adornan sus veredas y aceras con farolitos, conjurando acaso en una vela esa dolorosa y cruda realidad que aguarda afuera, expectante. Las calles, entonces, adquieren una curiosa mezcla entre el alumbrado prosaico de la luz eléctrica y la calidez que deviene de las velas. Miro las velitas, y miro las caras de quienes las encienden y noto que lo hacen por una rutina de años, por un mal hábito, de manera mecánica y exenta de cualquier significado. La música se desborda de casas con las puertas abiertas. Las letras de la música –noto– hablan de que las cosas acaso mejoren, y pienso que de golpe esa es la misma mierda que la “cultura” me vomitó de pequeño: promesas vanas que nunca se cumplen, añoraciones de felicidad en otro año que seguramente habrá de depararnos la misma miseria, o quizá un poco más. En otras casas las letras de canciones más modernas emanan su hedor igualmente pútrido y vacío, y los padres les señalan a sus hijos, cerveza en mano, la manera correcta de prender las velas para que se batan en duelo con el viento de la noche.

Este escenario no tendría nada de censurable, digo yo, si no hubiese cosas más urgentes y apremiantes a la vuelta de la esquina, en esa otra realidad de un país que sigue consumiendo y alimentando sus fuegos. Reconozco, entonces, que estos ciudadanos, mejor estos humanos, han elegido darle la espalda a lo urgente, y ven con regocijo solo lo que quieren ver y así las cosas celebran a trancas y mochas lo que no puede celebrarse, lo que no debe celebrarse.

Tengo para mí que una de las cosas que realmente nos da la condición de humanos es la empatía, como Observó el Poeta inglés John Donne: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra, si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por ti” . Pienso, releyendo las líneas de Donne, que el problema de Colombia es que casi nadie oye las campanas porque está demasiado ocupado tratando de hacer un imaginario de la felicidad para su propia vida, es decir, no las oyen porque están demasiado concentrados inventándose mentiras para creerse felices y, naturalmente, vomitándoselas y excretándoselas a sus hijos.

Este mes, como todos, no nos da nada por qué celebrar. El país se cae a pedazos menos por el invierno que por las pésimas administraciones gubernamentales, locales y nacionales que se han cagado en él durante años, seguimos mendigando la salud, y la educación sigue siendo ese gran privilegio reservado de las clases más altas. No digo que nos rasguemos las vestiduras y nos echemos ceniza en señal de duelo, a usanza de pueblos antiguos; lo que digo es que frente a una realidad nacional tan escalofriante, dramática y nauseabunda lo mejor sea acaso reservar un respetuoso silencio por aquellos que más sufren, un gesto de respeto, de empatía quizá más cristiano que una vela en una acera en medio de la noche.

Fauno, perplejo animal.

(epíteto cortesía de Vórtex)