Por Pedro Lemebel
Sin saber qué iba a pasar esa tarde cuando Serrat se reunió con los estudiantes de la Universidad Arcis. Cuando se ha guardado un beso de fuego para el trovador desde hace veinte años, y se tiene la oportunidad de estamparle la boca coliza en su boca que sabe a hierba. Su boca histórica que cantó por la revolución, por los obreros, los piratas y tanto mal amor perdido. Pero nunca nos dedicó ninguna estrofa, ningún estribillo, como si los maricones no existieramos, nos exilió del universo poético de su canto.
Como si ninguna loca hubiera nadado en el Mediterráneo de su corazón azul. Ninguna mereció levantar el vuelo, gorriona marica en su cielo pardo. Nunca supo entonces del pájaro Lorquiano de Federico, destripado por las púas del franquismo. Acaso no hubo un mariposón español que pintara el aire de rojo al llegar el socialismo. Y Madrid se llenó de gritos, banderas y consignas, al igual que ahora en el Arcis los estudiantes acalorados chillaron al verlo aparecer saludando. Como si fuera entonces cuando lo vi por primera vez, tan bello, tan joven, tan esbelto, vestido de terciopelo negro en el Festival de Viña en los años setenta, en plena Unidad Popular. Pero ahora la vida me lo traía de vuelta, más viejo, con algunos kilos de más, casi un caballero nervioso respondiendo las preguntas, tratando de quedar bien con esa juventud de izquierda que cantó sus canciones acompañados por la balacera. El mito de Joan Manuel tan cerca, a sólo unos pasos, vestido casi de yuppie; con chaqueta de tweed y pantalón beige. Y yo, de terciopelo negro, Penélope esperando en el andén. Con aquel beso guardado, que envejeció arrugándose como mi cara y la suya. Un beso ajado en la carta ideológica que no encontró destino. Un beso pálido que sobrevivió a la dictadura y besó el NO del plebiscito. Un beso como una marca, o una firma estampada imaginariamente en su canto.
Por eso cuando terminó el acto, después de cantar "Vuela esta canción para ti, Lucía"; yo era su Lucía de terciopelo negro, yo era "Lo más bello que él nunca ha tenido", tratando de acercarme, empujando, deslizándome entre los cuerpos apretados de los jóvenes que le pedían autógrafos. Logrando meterme bajo la cadena de brazos, que formaron un pasillo de seguridad para protegerlo, me lo encuentro de espaldas despidiéndose, y al darse vuelta se topa con mi cara a boca de jarro, a sólo unos centímetros. Entonces se detuvo el tiempo y un gran silencio congeló ese instante. "Veinte años no es nada", me dijo, y mi boca se despegó de mí como un pájaro sediento que se posó en sus labios. Sólo un momento la homosexualidad lo tocó con la sed carmesí de una boca chupona. Un instante que lo llevó a su primer beso adolescente, y turbado de emoción lo sentí temblar en la tibieza de esa primera vez, cuando otra boca extraña le arrancó de cuajo su inocencia. "Veinte años no es nada", me dije, dejándolo ir llevado por la multitud que se lo tragó entre los insultos y agresiones que me gritaban los estudiantes del Arcis, por haberles roto su mito macho y cancionero. "Veinte años no es nada", le contesté medio sonámbulo a una fans que quería arañarme por lo que le había hecho a su ídolo.
"Veinte años no es nada", mi catalán, seguí pensando mientras salía de ese lugar empujado por los estudiantes. Sabiendo que ésa era la primera y última vez que lo tuve en mis brazos. Sabiendo que nunca más olvidaría esta visita a Chile, y cada vez que cante Lucía, mi beso cantará en su boca como una flor extraña que sentirá enredarse en palabras. Mi beso será un recuerdo prohibido, como una luna sodomita que arañó su mar.
Universidad ARCIS, Santiago, 28 de octubre de 1994.